¿Los hombres de Marte y las mujeres de Venus? El habitual discurso feminista suele ir acompañado de la convicción de que hombres y mujeres son exactamente iguales en el plano psicológico. Esta idea está fuertemente arraigada, hasta convertirse en artículo de fe. Es más, la mera insinuación de que existen algunas diferencias biológicas que afectan al comportamiento o a las facultades mentales se considera políticamente incorrecta. Las únicas explicaciones de las diferencias entre sexos que se consideran aceptables son aquellas que reconocen explícitamente que dichas diferencias son construidas socialmente y, por tanto, producto de una educación diferencial.
La negación de toda diferencia biológica entre los sexos resulta comprensible aunque equivocada. El arquetipo ha sido empleado muchas veces para justificar la discriminación y la opresión. Por supuesto, el tópico de que las mujeres sean en modo alguno inferiores no está fundamentado en modo alguno y es puramente ideológico, a la par de tendencioso. Es razonable que las feministas arremetieran contra este tipo de afirmaciones. La lógica reacción frente al tópico de que las mujeres y los hombres tienen diferencias (mentales) innatas ha llevado a afirmar que estas diferencias no existen en absoluto. El razonamiento es casi inevitable: primero, ha habido una discriminación histórica; segundo, el argumento de las diferencias se ha empleado para mantener el status quo, por tanto resulta deseable pensar que dichas diferencias no existen.
Y sin embargo existen. Las diferencias biológicas entre hombres y mujeres han sido bien documentadas en Neurociencia, Genética, Psicología y Etnografía. Esto no implica que unos u otras sean mejores. Simplemente, hombres y mujeres son distintos, aunque no completamente distintos. De hecho, las semejanzas son mucho mayores que las diferencias, aunque éstas son significativas y afectan profundamente a nuestra vida diaria.
En términos evolutivos, el juego de la supervivencia no consiste solamente en mantenerse vivo sino también en reproducirse eficazmente; los humanos somos una especie de reproducción sexual, lo que nos obliga a buscar necesariamente una pareja. Claramente, la elección de ésta tiene importantes repercusiones en nuestra vida diaria y en el futuro de nuestros genes. La Biología Evolutiva predice que es en esta área donde esperamos encontrar mayores diferencias en el comportamiento de los sexos, ya que la estrategia reproductiva óptima de los hombres no tiene porque ser la misma que la de las mujeres (más en: https://pablorpalenzuela.wordpress.com/2007/05/13/patos-contra-patas/).
Una diferencia que ha sido bien documentada es que las mujeres suelen dar mucho más importancia a las perspectivas económicas (o de forma más general, al estatus) de sus potenciales parejas, mientras que los hombres dan mucha más importancia a la edad y al aspecto físico (1). Esta afirmación ha sido contestada con particular virulencia, tal vez porque se parece demasiado al viejo cliché. No obstante, a los argumentos de los críticos, los psicólogos evolucionistas han contestado con datos y más datos. Por ejemplo, algunos sociólogos sostuvieron que el mayor énfasis que las mujeres ponen en el dinero se debe exclusivamente al hecho de que su situación financiera es, en general, peor que la de los hombres, por lo que esta diferencia entre sexos no sería tal, sino sólo un reflejo del deseo de riqueza común a hombres y mujeres. De ser cierto este argumento, las mujeres con elevada posición económica deberían tener menor interés por las perspectivas financieras de sus parejas que las mujeres con bajo nivel económico. Sin embargo, los datos indicaron exactamente lo contrario. Las mujeres ricas le daban más, y no menos, importancia a la cuenta corriente de su potencial marido.
La última pieza de evidencia experimental en esta polémica la han puesto Thomas Mollet y Daniel Nettle, en un artículo publicado este mes en Biology Letters (2). Estos investigadores escogieron un “modelo experimental” sumamente original: la sociedad estadounidense en torno a 1910, de la que disponían de abundantes datos históricos. En aquella época, los estados de la costa Este llevaban siglos colonizados, mientras que la costa Oeste constituía –como reflejan las películas- una “frontera”. Al Oeste acudían los jóvenes –mayoritariamente hombres- en busca de mejores oportunidades, creando así un exceso de población masculina, mientras que en el Este ambos sexos estaban representados de forma similar. Los autores del estudio razonaron que esta circunstancia afectaría al “mercado matrimonial”, ya que las mujeres tendrían mayor posibilidad de elección en el Oeste.
Los investigadores bucearon en los datos demográficos y eligieron una muestra aleatoria de unos 20.000 hombres (1 cada 250). Luego, clasificaron a cada uno según su estatus socioeconómico (empleando una escala establecida en 1950, la más próxima que pudieron obtener). Finalmente, registraron si los sujetos de su estudio estaban casados o no a la edad de 30 años.
En los estados donde había la misma proporción entre hombres y mujeres, el 56% de los hombres de bajo estatus estaban casados, frente a un 60% en el grupo de alto estatus: una diferencia no demasiado grande. Sin embargo, en estados sexualmente desquilibrados (por ejemplo, en Arizona había 10 hombres por cada 11 mujeres) las mujeres se volvieron mucho más selectivas: el 46% de los hombres de alto estatus se había casado, pero sólo el 24% de los de bajo estatus lo había hecho.
Admito que el experimento es ingenioso y los datos parecen contundentes: tener alto estatus favorece tus perspectivas matrimoniales. No obstante, me gustaría testar otros posibles criterios de elección. Por ejemplo, si pudiéramos clasificar a la misma muestra de hombres en guapos y feos, ¿qué porcentaje de ambos grupos estarían casados a los 30?
(1) Buss, D.M. (1989) “Sex differences in human mate preferences: evolutionary hypothesis tested in 37 cultures” Behavioral and Brain Sciences 12:1-49.
(2) Pollet, T.J. and Nettle, D. (2007) «Driving a hard bargain: sex ratio and male marriage success in a historical US population» Biology Letters Online:Dec 2007.
15 respuestas a “Escasez de mujeres y mercado matrimonial”
«El habitual discurso feminista suele ir acompañado de la convicción de que hombres y mujeres son exactamente iguales en el plano psicológico. Esta idea está fuertemente arraigada, hasta convertirse en artículo de fe. »
No creo que eso sea cierto, es decir, no creo que el discurso feminista habitual diga eso.
Lo que dice es dos cosas distintas a eso, a saber:
1. Cualesquiera que sean las diferencias biológicas, el género es algo construido socialmente (sobre ellas o no) que va mucho más allá de éstas.
2. Cualesquiera que sean las diferencias entre hombres y mujeres, han de ser consideradas a efectos sociales y políticas como irrelevantes, en el mismo sentido en que los son las diferencias individuales (por ejemplo, las que existen entre los propios varones), las cuales son, hay que recordarlo, de más envergadura y magnitud que las que se pueden categorizar entre los sexos. Y, hay que recordarlo también: incluso la mayoría de las diferencias existentes (psicológicas) en las que el sexo es una variable significativa, son sólo estadísticas (en promedios, por ejemplo).
«La lógica reacción frente al tópico de que las mujeres y los hombres tienen diferencias (mentales) innatas ha llevado a afirmar que estas diferencias no existen en absoluto. »
Esas diferencias son de tipo estadístico: tienen legítimamente un interés científico, pero la mayor parte del interés que despiertan no es científico (la ciencia no tiene tanto interés, desgraciadamente, para tanta gente). El interés que tienen se basa en motivos menos legítimos, o menos imparciales: puesto que, para empezar, la mayoría de las afirmaciones categóricas sobre «las mujeres esto» y «los varones lo otro» no son exactas: lo correcto sería decir que los promedios para varones y para mujeres en cuanto a tal variable difieren de forma estadísticamente significativa: y aunque cientificamente la afirmación entrecomillada no sea falsa, lo que se entiende al oírlo, sí lo es. Puesto que las diferencias individuales son, casi siempre, de magnitud mucho mayor. En términos más exactos diríamos que el valor predictivo del sexo en cuanto al valor de muchas variables es pequeño, sin información adicional (porque esa información adicional predice mucho más que saber solamente el sexo). Además lo contrario también es cierto: a menudo el valor predictivo de los valores centrales de las variables respecto al sexo, es también pequeño.
Creo que son esa clase de simplificaciones las que corren habitualmente, tanto de los que oyen «las mujeres tal cosa» y entienden «todas la mujeres tal cosa, irremediablemente y por decreto de la naturaleza» como los que niegan que eso es cierto.
«De hecho, las semejanzas son mucho mayores que las diferencias, aunque éstas son significativas y afectan profundamente a nuestra vida diaria.»
De hecho, las que afectan profundamente a nuestra vida diaria son tanto biológicas como culturales, y, hoy por hoy, y quizá durante mucho más tiempo, ambas están inextricablemente relacionadas (oye, no todos los días puedo decir inextricable, esto es genial). Por tanto, y dado que la cultura es mucho más variable que la biología, Occam debería estar de acuerdo en considerar que, mientras no estemos seguros de qué está determinado biológicamente y qué no lo está, es bastante más prudente (y sí, deseable, al menos en cuanto a muchas diferencias) considerarlas provisionalmente como susceptibles de modificación social (en el tiempo, en el espacio, o de persona a persona, que es más importante).
«En términos evolutivos, el juego de la supervivencia no consiste solamente en mantenerse vivo sino también en reproducirse eficazmente; los humanos somos una especie de reproducción sexual, lo que nos obliga a buscar necesariamente una pareja. »
La historia y el espectáculo de los vivos son un desmentido continuo de esa afirmación, me temo: nada nos obliga individualmente a buscar necesariamente una pareja, ni a reproducirnos. La naturaleza, que es una cabrona de mucho cuidao, nos da deseos, impulsos y sentimientos hacia el sexo, las parejas y la crianza de hijos, porque la selección natural funciona a todo gas, y de qué manera. Pero no tenemos ningun motivo individual necesario para reproducirnos eficazmente. Nuestros motivos varían muchísimo, y aunque se puedan relacionar muchas veces con el sexo, el ansia de reconocimiento y éxito, y otras cosas que les dicen mucho a los psicólogos evolutivos como factores de éxito reproductivo, no lo hacemos por eso.
La diferencia no es trivial, porque continuamente se equivocan los niveles de explicación, y una cosa acaba llevando a otra (y esa otra es generalmente mala y falaz).
«Claramente, la elección de ésta tiene importantes repercusiones en nuestra vida diaria y en el futuro de nuestros genes. La Biología Evolutiva predice que es en esta área donde esperamos encontrar mayores diferencias en el comportamiento de los sexos, ya que la estrategia reproductiva óptima de los hombres no tiene porque ser la misma que la de las mujeres »
La lamentable realidad es que la historia de los últimos milenios muestra a la mayor parte de las mujeres como no eligiendo pareja en función de sus propio intereses darvinianos, sino teniendo la pareja que su familia (o el poder local) ha elegido en función de sus propios intereses (probablemente no evolutivos en primer lugar).
Se puede alegar, con cierta razón, que durante los anteriores cincuenta mil o doscientos mil años de caza-recolección (que nos han hecho como somos) no era mayormente así: lo que nos lleva de vuelta a la consideración de lo mucho que la cultura puede hacer contra nuestra naturaleza o al menos prescindiendo de ella (y no siempre para bien, ni mucho menos).
Seguramente los comentarios en un blog deberían ser cortos y concisos, pero no he conseguido resumir más, lo siento. Termino aquí mi comentario, que no puse entero arriba. Disculpas por el tocho, y por llevar la contraria sin paliativos (aunque ¿no es eso lo divertido?).
Por ejemplo, algunos sociólogos sostuvieron que el mayor énfasis que las mujeres ponen en el dinero se debe exclusivamente al hecho de que su situación financiera es, en general, peor que la de los hombres, por lo que esta diferencia entre sexos no sería tal, sino sólo un reflejo del deseo de riqueza común a hombres y mujeres. De ser cierto este argumento, las mujeres con elevada posición económica deberían tener menor interés por las perspectivas financieras de sus parejas que las mujeres con bajo nivel económico. Sin embargo, los datos indicaron exactamente lo contrario. Las mujeres ricas le daban más, y no menos, importancia a la cuenta corriente de su potencial marido.(…) En los estados donde había la misma proporción entre hombres y mujeres, el 56% de los hombres de bajo estatus estaban casados, frente a un 60% en el grupo de alto estatus: una diferencia no demasiado grande. Sin embargo, en estados sexualmente desquilibrados (por ejemplo, en Arizona había 11 mujeres por cada 10 hombres) las mujeres se volvieron mucho más selectivas: el 46% de los hombres de alto estatus se había casado, pero sólo el 24% de los de bajo estatus lo había hecho.
Lamento señalar que esto no demuestra en absoluto una preferencia de origen biológico, y, por el contrario, es perfectamente consistente con la suposición más sencilla de que todo el mundo prefiere vivir mejor que vivir peor, a igualdad de otras circunstancias.
Recordemos que en 1910 en Estados Unidos, la carrera profesional por excelencia para una mujer (y casi la única) era el matrimonio y el hogar. Por tanto, para concluir que la mayoría de la gente prefiere un trabajo cómodo y bien pagado a uno duro y mal pagado, no hacen falta suposiciones sobre biología del emparejamiento ni grandes experimentos. Basta con el sentido común corriente.
Un experimento valioso en ese sentido (a mi juicio) necesitaría comprobar esas pautas de emparejamiento en una situación social de igualdad de sexos, que incluyese tanto las mismas posibilidades de ganar dinero y tener exito profesional, como el reparto de la carga de la crianza con el Estado y con el padre equitativamente (de forma que no condicionase dichas posibilidades profesionales y monetarias). Esas serían las condiciones de control necesarias para darle algún valor a los resultados sobre diferencias relativas entre varones y mujeres a la hora de valorar el estatus y riqueza de su posible pareja. Puesto que en ese caso la posible diferencia residual resultante tendría cierto sentido adjudicársla a nuestros genes, ya que no habría otros incentivos.
En cuanto a que las mujeres ricas prefieren a hombres ricos, tampoco significa por sí mismo nada: tanto los hombres como las mujeres tienden a emparejarse en su propia clase social y educativa, y las consideraciones económicas y de clase en el matrimonio han sido siempre muy importantes; son p.e. el argumento fundamental de toda la gran novela decimonónica, y si no, pregúntale a Balzac. Que jamás hubiera confundido el matrimonio de su época con la búsqueda de pareja satisfactoria biológicamente hablando (qué ordinariez más asocial e inconveniente… :))
También esta correspondencia está documentada en el matrimonio occidental moderno. Aunque tienda a haber cierta desigualdad entre ambos cónyuges (a favor del marido) la proporción se mantiene: los ricos con las (menos) ricas, los pobres con las pobres.
En la sociedad occidental, hace muchos siglos que se da cierta hipergamia (en antropología, =las mujeres son de estatus algo más bajo en promedio que sus maridos), asunto muy estudiado, y que da lugar a efectos documentados, como que los «incasables» tendían (tienden) a estar entre los hombres de más bajo estatus y las mujeres de más alto estatus (Vid. problemas de reyes y nobles medievales para casar a sus hijas, a las que no podían casar por debajo de su rango, mientras que a sus hijos sí, mientras no fuera mucho). La literatura sobre hipogamia e hipergamia no lleva a conclusiones claras sobre a qué se asocian en cada cultura, en cuanto a correspondencia con filiación, estatus de las mujeres y familia, pero ambas han existido (bueno, no llevaban a conclusiones claras cuando yo leía sobre esto, no voy a pretender conocer todo sobre ello).
Saludos cordiales, y espero no te tomes a mal un comentario enteramente discordante como el mío.
No creo que eso sea cierto, es decir, no creo que el discurso feminista habitual diga eso.
Lo que dice es dos cosas distintas a eso, a saber:
1. Cualesquiera que sean las diferencias biológicas, el género es algo construido socialmente (sobre ellas o no) que va mucho más allá de éstas.
2. Cualesquiera que sean las diferencias entre hombres y mujeres, han de ser consideradas a efectos sociales y políticas como irrelevantes, en el mismo sentido en que los son las diferencias individuales (por ejemplo, las que existen entre los propios varones), las cuales son, hay que recordarlo, de más envergadura y magnitud que las que se pueden categorizar entre los sexos. Y, hay que recordarlo también: incluso la mayoría de las diferencias existentes (psicológicas) en las que el sexo es una variable significativa, son sólo estadísticas (en promedios, por ejemplo).
Véase, por ejemplo: Hollway, W (1984) “Gender difference and the production of subjectivity” In: J. Heriques, W. Hollway, C. Urbin, C. Venn and V. Walkerdine (eds) Changing the subject: psychology, social regulation and subjectivity. London: Menthuen. pp 227-8.
Esas diferencias son de tipo estadístico: tienen legítimamente un interés científico, pero la mayor parte del interés que despiertan no es científico (la ciencia no tiene tanto interés, desgraciadamente, para tanta gente). El interés que tienen se basa en motivos menos legítimos, o menos imparciales: puesto que, para empezar, la mayoría de las afirmaciones categóricas sobre “las mujeres esto” y “los varones lo otro” no son exactas: lo correcto sería decir que los promedios para varones y para mujeres en cuanto a tal variable difieren de forma estadísticamente significativa: y aunque cientificamente la afirmación entrecomillada no sea falsa, lo que se entiende al oírlo, sí lo es. Puesto que las diferencias individuales son, casi siempre, de magnitud mucho mayor. En términos más exactos diríamos que el valor predictivo del sexo en cuanto al valor de muchas variables es pequeño, sin información adicional (porque esa información adicional predice mucho más que saber solamente el sexo). Además lo contrario también es cierto: a menudo el valor predictivo de los valores centrales de las variables respecto al sexo, es también pequeño.
Creo que son esa clase de simplificaciones las que corren habitualmente, tanto de los que oyen “las mujeres tal cosa” y entienden “todas la mujeres tal cosa, irremediablemente y por decreto de la naturaleza” como los que niegan que eso es cierto.
Que las diferencias de género son de naturaleza estadística es obvio; no lo he mencionado, entre otras cosas, porque creo que los posts debes ser cortos. Lo de que el valor predictivo del sexo es pequeño, requiere especificar de qué variable estamos hablando. Por ejemplo, el 85% de los homicidas y el 90% de los clientes de serivicios sexuales son hombres. Naturalmente, las cuestiones relativas a diferencias de género son delicadas y se corre el riesgo de que se simplifiquen o se usen de forma interesada.
De hecho, las que afectan profundamente a nuestra vida diaria son tanto biológicas como culturales, y, hoy por hoy, y quizá durante mucho más tiempo, ambas están inextricablemente relacionadas (oye, no todos los días puedo decir inextricable, esto es genial). Por tanto, y dado que la cultura es mucho más variable que la biología, Occam debería estar de acuerdo en considerar que, mientras no estemos seguros de qué está determinado biológicamente y qué no lo está, es bastante más prudente (y sí, deseable, al menos en cuanto a muchas diferencias) considerarlas provisionalmente como susceptibles de modificación social (en el tiempo, en el espacio, o de persona a persona, que es más importante).
No estoy de acuerdo ni con el silogismo ni con la línea de razonamiento. Si encontramos patrones de conducta esencialmente universales y si dichos patrones no se mantienen a pesar de cambios que se están produciendo en los roles de hombres y mujeres, hay razones para pensar que puedan tener un origen biológico. No creo que el tema deba declararse tabú “hasta que estemos seguros”; ya que la verdad absoluta no existe. También es importante aclarar que el hecho de algo esté determinado biológicamente no excluye que sea susceptible de modificación ambiental (aunque habitualmente dicha modificación sea costosa). P.e. la estatura está controlada por genes (tiene una heredabilidad muy alta) y sin embargo la alimentación del individuo puede influir.
La historia y el espectáculo de los vivos son un desmentido continuo de esa afirmación, me temo: nada nos obliga individualmente a buscar necesariamente una pareja, ni a reproducirnos. La naturaleza, que es una cabrona de mucho cuidao, nos da deseos, impulsos y sentimientos hacia el sexo, las parejas y la crianza de hijos, porque la selección natural funciona a todo gas, y de qué manera. Pero no tenemos ningun motivo individual necesario para reproducirnos eficazmente. Nuestros motivos varían muchísimo, y aunque se puedan relacionar muchas veces con el sexo, el ansia de reconocimiento y éxito, y otras cosas que les dicen mucho a los psicólogos evolutivos como factores de éxito reproductivo, no lo hacemos por eso.
La diferencia no es trivial, porque continuamente se equivocan los niveles de explicación, y una cosa acaba llevando a otra (y esa otra es generalmente mala y falaz).
Se sobrentiende que necesitamos pareja para reproducirnos. Evidentemente, como individuos no necesitamos hacer tal cosa (incluso diría que lo racional es no hacerlo, dada la lata que dan).
La lamentable realidad es que la historia de los últimos milenios muestra a la mayor parte de las mujeres como no eligiendo pareja en función de sus propio intereses darvinianos, sino teniendo la pareja que su familia (o el poder local) ha elegido en función de sus propios intereses (probablemente no evolutivos en primer lugar).
Se puede alegar, con cierta razón, que durante los anteriores cincuenta mil o doscientos mil años de caza-recolección (que nos han hecho como somos) no era mayormente así: lo que nos lleva de vuelta a la consideración de lo mucho que la cultura puede hacer contra nuestra naturaleza o al menos prescindiendo de ella (y no siempre para bien, ni mucho menos).
Como tú indicas, existen buenas razones para creer que en nuestra larga etapa de cazadores-recoletores (más del 90% de nuestra historia) las elecciones reproductivas de las mujeres han sido “libres” y han tenido una influencia importante en la evolución de nuestra especie.
Aloe,
Estoy encantado de discrepar (civilizadamente) sobre cualquier tema. Gracias a ti por tus comentarios
El hecho de que las mujeres den más importancia al estatus de sus parejas potenciales ha sido estudiado muchas veces y en muchos contextos culturales (más y menos igualitarios), siempre con el mismo resultados. Tus objeciones se parecen a las de otros científicos sociales, a las que los psicólogos evolucionistas han respondido aportando más datos. Estoy de acuerdo que los resultados del trabajo que se comenta aquí no bastan para demostrar la hipótesis. Para ello necesitaríamos hacer un repaso más amplio de la bibliografía. Algunos ejemplos del trabajo de Donald Buss,
1. Botwin MD, Buss DM, Shackelford TK. 1997. Personality and mate preferences: five factors in mate selection and marital satisfaction. J Pers 65: 107-36
2. Buss DM. 1984. Marital assortment for personality dispositions: assessment with three different data sources. Behav Genet 14: 111-23
3. Buss DM. 2000. Desires in human mating. Ann N Y Acad Sci 907: 39-49
Saludos
Empiezo por el segundo, que es más corto… 🙂
Independientemente de las contestaciones (no tengo fácil el acceso inmediato a la bibliografía que citas, y lo siento) los hechos son los mismos:
La gente, como norma universal, quiere mejorar y no empeorar. Por tanto, si el mercado le es propicio, hará por mejorar, si puede elegir. Sea hombre, o mujer.
La gente, como hecho empírico demostrable, se casa la mayor parte de las veces en su mismo grupo social (en España, creo recordar que más del 85% de las veces. El resto se reparte desigualmente entre hipergamia e hipogamia, como 2 a 1, cifras de memoria).
No hay ninguna sociedad igualitaria moderna. Las que son menos desigualitarias lo son tan recientemente que las consecuencias sociales e interindividuales todavía están produciendose: el polvo no se ha asentado, y si siguen haciéndose menos desiguales en cuanto a los sexos, esas consecuencias seguirán produciendo cambios. Pero hoy por hoy no puedes hacer estudios suponiendo igualdad, porque esa suposición no está justificada.
En la medida en que el matrimonio sea para las mujeres una opción completa de vida, un estatus y un trabajo (además de una pareja sexual) se aplicarán reglas similares a las que rigen la opción laboral y profesional de los varones. Puesto que esas son las situaciones equivalentes.
El matrimonio no es, y ha sido antes todavía menos, un arreglo personal y una cuestión de atracción sexual azarosa: parece que sí, porque esa es la ideología matrimonial vigente en nuestra sociedad, pero no.
He repasado las «condiciones de control» que puse arriba, a ver si son demasiado exigentes: realmente lo son demasiado poco, al menos en cuanto al estudio que citas: lo que deberíamos tener es una situación en la que el medio de vida de los varones y sus expectativas laborales y de éxito social dependieran al 90% del matrimonio que hicieran, mientras que la de las mujeres fuera casi completamente independiente de ello. Y a partir de ahí ver si los varones eligen (para casarse) a las de mayor estatus y más ingresos en menor medida que las mujeres a ellos por esos mismos motivos. Yo creo que no lo harían…
Ya sé que dices que es que ahora la dependencia de las mujeres respecto a eso es menor: menor sí, pero no inexistente.
Hay estudios empíricos que relacionan la mayor educación, ingresos y autonomía de las mujeres con una mayor homogamia, tanto en edad (la diferencia media de edad en España se ha acortado de 3 años a 1,5 años en cuarenta años) como en educación (los universitarios se casan con universitarios, los de estudios primarios con los de estudios primarios). Eso deja dos cabos pendientes:
La hipergamia en ingresos, pues sigue habiendo diferencia a favor del marido. Pero, espera, si resulta que las mujeres ganan menos que lso hombres, tienen la mayor parte de los empleos a tiempo parcial, y salen del mercado de trabajo para criar hijos en bastante número (de madres, no de hijos), resulta que esa es la situación esperable en promedio, cuando se casa una con el «equivalente» del otro sexo: que gane más él, o que gane todo.
Las minorías trepas: vale, la mayoría de la gente puede que se comporte asi, casandose con sus iguales, aunque sus iguales varones ganan más por termino medio, a igualdad de origen familiar y años de educación, pero ¿qué me dices de todas las que se casan con un rico porque son muy guapas y están muy buenas, cambiando en el mercado matrimonial belleza por dinero? ¿no demuestra eso que en ese mercado los hombres buscan belleza y las mujeres dinero, cuando pueden, aunque la mayor parte de los mortales nos tengamos que conformar con el vecinito/a de tres calles más allá?
Pues estoy de acuerdo en que las mujeres tienden a fijarse en un conjunto más amplio de cualidades personales que los varones, y que podría ser más factible por razones biológicas el braguetazo de la guapa, que el del guapo, porque el guapo no se vende igual de bien: además tendría que parecer listo, encantador o algo más. Pero lo de que la riqueza le gusta a todo el mundo, es seguro. Y la suposición de que la guapa está eligiendo por imperativo biológico de atraccion irresistible … parece la opción menos probable, qué quieres que te diga.
Quedaría el que los ricos elijan pobres que están buenas en mayor medida que las ricas pobres que estén buenos. Pero es que las dos cosas ni se parecen, socialmente habalndo. Para sacar conclusiones, tendremos que esperar a que el matrimonio desigual hacia abajo esté igual de aceptado socialmente para una mujer rica de clase alta que para un rico; que tantas mujeres como hombres puedan convertirse en «nuevas ricas» por sí mismas (la riqueza adquirida ata socialmente menos), y que no sea ridículo o espantoso, socialmente hablando, el matrimonio esposa más mayor con pasta-marido joven sin donde caerse muerto. Hoy por hoy, es una cosa considerada terriblemente, como folklórica en decadencia con cubano importado, o algo así. Pone los pelos de punta.
Salud:
En mi modesta y humilde opinión existe un pequeño sesgo en la metodología del razonamiento lógico, a saber: si entre hombres y mujeres no hay diferencias, entonces son iguales; o bien, si hay diferencias, entonces son distintos o diferentes. ¿En qué modo entendemos ‘igualdad’ y/o ‘diferencia’? Aquí, no podemos suponer la igualdad como un signo matemático (=) o como una equivalencia lógica clásica (a=b), pues hay obviedades palmarias (tales como que ambos pertenecen a la misma especie, que mantienen un ADN casi igual y con leves variaciones, un aspecto asimismo parecido, una cultura compartible, una serie de lenguajes y códigos comúnes, etc.) Tampoco se refiere una igualdad de tipo ‘legal’ o ajustada a un Derecho civil y/o político.
Diferencias o igualdades se refieren a unas métricas y estilizaciones de la realidad muy concretas. Por ejemplo, el nivel económico, cuantitativamente, es más fácil de medir que la «guapura» o «fealdad» del rostro de una persona. Sin embargo y como siempre, a la hora de elegir pareja/s, cuanto más complejo es el entorno de selección, muchas más variables entran en el bombo que un rostro, unos pechos ampulosos, una cuenta bancaria extensa o un torso musculado, pongamos por ejemplo.
Lo que sí es cierto, es que unos/as pueden elegir más que otros/as. Pero en la actualidad, si eres inteligente y tienes habilidades, a largo plazo, es mejor que ser guapo/a, que sólo sirve para la primera impresión.
a largo plazo, es mejor que ser guapo/a,
Ay, no sé… a largo plazo todos estaremos muertos, o peor aún, en los viajes del Inserso.
Aloe,
La cuestión de «criterios de apareamiento» ha sido basante estudiada en muchos contextos sociales. El laboratorio pionero en este campo ha sido el D. Buss y tiene un libro que resume bastante bien muchos años de investigaciones (The Evolution of Dessire). En general (y aunque existe variación entre culturas), se cumple que los hombres dan más importancia al aspecto físico y a la edad (juventud), y la mujeres valoran cualidades «menos físicas» (aunque también el aspecto cuenta, sobre todo la estatura), entre ellas el hecho de poseer un estatus alto. Entiendo que «estatus» es un concepto más amplio que «bienestar económico» (aunque el dinero da estatus).
Existe una cierta discusión sobre las posibles causas. Algunos autores piensan que el estatus es indicativo de «buenos genes» (algo así como la cola del pavo real y el «principio del handicap» de A. Zahavi), otros piensan que el estatus mide la capacidad de un hombre de proveer recursos a su familia (en nuestra especie los machos colaboran algo -siquiera indirectamente- en la crianza de los niños, cosa que no ocurre en otros simios). La cuestión está, desde luego abierta.
La objeción sobre «las condiciones de partida» (desigualdad entre hombres y mujeres) ha sido repetida varias veces. El argumento de los psicólogos evolucionistas es que los criterios diferenciales de apareamiento no se modifican cuando las mujeres alcanzan mayor nivel económico por su trabajo. Por lo menos, en los estudios realizados hasta la fecha.
Entiendo tu escepticismo con respecto a las publicaciones. Y lo comparto. Sin embargo, yo creo que en conjunto, estos estudios apuntan a que el estatus es más atractivo para las mujeres que para los hombres. Esto parece cumplirse en contextos sociales muy diversos. No encuentro demasiadas razones para pensar que el dato es falso, pero lo haría si apareciera evidencia nueva en este sentido.
Llegado a este punto, sólo se puede avanzar examinando los trabajos publicados sobre el tema.
saludos cordiales
No digo que el dato sea falso. Por el contrario, el dato es tan comprobado y evidente que no hacía falta esmerarse tanto como tus dos autores en demostrar que eso sucedia en el Oeste en 1910: se lo podía haber dicho yo misma, si me hubieran preguntado 🙂
Lo que yo digo es que eso no demuestra nada en cuanto a posibles condiciones innatas de atracción: lo que pueda haber de eso (que no digo que no lo haya) está mezclado con muchas variables que no son geneticas, sino culturales y sociales. Separarlas es muy dificil, pero es que da la impresión con estudios del tipo del que citas de que sus autores ni siquiera empiezan a ser conscientes de esas dificultades.
A mi convencerme es muy fácil: con un experimento controlado adecuadamente estaría tirado. Que me presenten un estudio de elección de pareja sexual (no matrimonio, para no mezclar otras consideraciones, sino rollete) entre ricas independientes (pueden hacer lo que quieran sin censura) y diversos maromos, unos que estén buenos y otros que tengan estatus y/o riqueza, pero ninguno ambas cosas. Creo que esto sería un control adecuado, porque elimina casi todas las fuentes de sesgo que se me ocurren. Y, si los de la hipótesis de marras tienen razón, la elección sería por los del status.
Alternativamente, hay otro posible diseño en sentido contrario. Como la belleza es lo que está a la vista, pero el status y la riqueza se «anuncian» indirectamente y se pueden fingir, puedes diseñar uno de esos experimentos de entrevistas o partys de mentira (yo he leído de varios, probando hipótesis en otros asuntos) en los que presentas las mismas mujeres a distintos hombres, a unos diciendoles que el grupo A es de mujeres con status (actrices, ricas, o lo que sea, pero glamuroso) y el B de desempleadas o cajeras de super, y a otro, al contrario, que A son las de poco brillo y B las que lo tienen. Puedes vestir un poco el tema con arreglo, ropa y conversación en consonancia. A ver qué puntuación en atractivo reciben según lo que crean los hombres que es cada una. Ojo, atractivo percibido como físico, o sea, «¿Cómo está aquella de buena, del 1 al 10?»
Desconozco si estos experimentos se han hecho o no, pero son de ese tipo los que a mi me parecerian fiables.
En otro orden de cosas, la explicación «adaptacionista» de que la asimetría de preferencias entre varones y mujeres a la hora de elegir pareja se explica muy bien recordando las diferencias estrategias óptimas de ambos para reproducirse, me parece (hasta hoy) muy coja. Entre las aves, si no estoy equivocada, los plumajes esplendorosos, el cortejo dispendioso y otros efectos de pavo real se dan entre las aves en las que el macho no cría con la hembra. La mayor igualdad de aspecto y de esfuerzo recíproco en el cortejo, entre aquellos en los que el macho sí cría con la hembra. Cosa lógica, porque donde el macho ofrece servicios de crianza y mucha inversión personal, la exigencia mutua de «buenos genes» y de «con quien me juego los cuartos» es más o menos la misma por ambas partes. El que solo va a poner sus genes y salir corriendo a ponerlos en más sitios es el que tiene que convencer de lo bueno que es, y a él no hay que convencerlo de nada. Las hembras ahí no compiten entre sí, porque no hay nada por lo que competir.
Este guión no coincide con la creencia habitual de que los hombres busquen belleza y las mujeres se esfuercen en exhibirse y conquistar, para que luego el interés de los hombres sea «fecunda a cuantas más mejor y sal corriendo». Para inversión tan escasa, tanto melindre no hace ninguna falta y hasta es contraproducente, ya que pierde ocasiones de dejar sus genes a cambio de nada (si la mujer no era tan sana o tan capaz porque no era guapa, según el argumento común de la razón de esa preferencia ¿que le importaria, si no ha invertido nada? lo mismo que al pavo real). La preferencia por la belleza solo tiene sentido partiendo de que la selección natural supone que el hombre también va a poner algo, y trata de que invierta su esfuerzo en una buena empresa.
Con mayor razón entonces buscarían también las mujeres la buena apariencia que se supone dan los «buenos genes», poruqe ellas seguro seguro que sí que van a poner algo (generalmente mas) y querrán ver ese esfuerzo bien colocado.
Y si el estatus es también un buen anuncio de los buenos genes y la buena capacidad de crianza, debería ser también algo que funcionase en los dos sentidos, por las mismas razones antedichas.
En resumen, yo no digo que el razonamiento en general no vaya bien encaminado, que a lo mejor sí va, pero me parece poco pulido y simplista, y seguramente de un «panadaptacionismo» algo ingenuo.
El modelo animal general no nos vale: ahí, o los machos son grandes, agresivos, coloridos, fanfarrones, etc. (y las hembras no hacen alardes, ni los necesitan) o ambos son aproximadamente iguales en apariencia, exigencia y conducta de cortejo, proque ambos van a poner mucho en la crianza.
Así que, en esto como en otras cosas, nuestra especie es distinta de las otras: que sea la hembra la que tenga que esforzarse por ser bella, es una auténtica rareza animal, y una contradicción con la presunta estrategia promiscua del macho.
Pensando en esto, como me pasa en otras ocasiones cuando leo elucubraciones al uso de este tipo (sociobiológico), lo único que se me ocurre es que, como especie, no estamos adaptados completamente a nada: ni a la monogamia y la pareja permanente que cría junta, ni a la promiscuidad, ni a la poligamia: tenemos características biológicas intermedias, quizá producto de tensiones selectivas contrapuestas, según las vicisitudes de las especies que nos antecedieron y las nuestras propias.
(Y la cultura es más antigua que nuestra porpia especie, y nos acompaña desde el principio, y nos condiciona desde el principio. Además. )
Aloe,
Aunque creo que tus objeciones son muy razonables, hay una cosa en la que discrepo: no existe «un» modelo animal; cada especie ha tenido su propia historia evolutiva y ha respondido a sus propias presiones. De manera que cada especie es única.
Tienes razón en que en nuestra especie hay cuidados paternos (aunque sean pocos comparados con los de la madre); eso es algo que compartimos con muchas aves (no todas) y con muy pocos mamíferos.
En las especies con cuidados paternos, la disyuntiva no es «o genes o cuidados», ambos importan. Por cierto, entre aves, el estatus del macho (poseer un buen territorio) es un criterio de elección muy importante. Con frecuencia, la hembra resuelve el problema eligiendo un macho que ayude en la crianza y apareándose con otro más apuesto (=mejores genes). P.e. en algunas especies de golondrinas, el % de «hijos ilegítimos» es del 30 % (en sociedades humanas, se habla más bien del 5-10%, aunque imagino que la variabilidad entre culturas es grande).
Por lo que parece, el estado «original» de los humanos es la monogomamia, siendo el adulterio frecuente, así como la poligamia limitada a hombres de alto estatus. Creo recordar que en el 80% de las culturas estudiadas, la poligamia está admitida (aunque no es frecuente). Por supuesto, lo deseable para los humanos actuales es poder elegir qué situación nos interesa más como individuos.
También tienes razón de que el interés de los hombres por el aspecto físico de las mujeres revela que las elecciones de apareamiento se han realizado en los dos sentidos, y esto es consecuencia de que los hombres también invierten esfuerzo en la crianza (al menos en las condiciones ancestrales).
Creo que los experimentos que mencionas, en cuanto a la deseabilidad del estatus masculino, se han realizado. He leído sobre ellos, pero no he leído los trabajos originales, sino referencias a ellos en algunos libros. Intentaré conseguir los pdfs.
Tienes completa raźon en que no hay un «modelo animal», no era más que una manera aproximativa e inexacta de hablar. Además, tampoco las aves y los mamíferos somos maś representativos de nuestro Reino (o como se llame ahora) que los cangrejos o las lampreas. Y por esos mundos de dios, los equilibrios (o lo que sean) entre los intereses de ambos sexos han dado lugar por lo general a dimorfismos y comportamiento de lo más variado, partiendo del único hecho invariable de que la hembra es la poseedora de huevos (con perdón) y la que los fabrica siempre de lo suyo. Ni siquiera es general, sino lo contrario, el caso de los mamíferos, en los que el dimorfismo se manifiesta en mayor tamaño corporal y más fuerza de los machos. Es más frecuente lo contrario. Pero para nosotros, con nuestro antropomorfismo inveterado, nuestra referencia «por defecto» son los más próximos a nosotros.
A lo que me refería es a que en estos parientes pŕoximos, el mayor dimorfismo en tamaño se suele considerar signo de formación de harenes, la exhibición de colores y otros signos llamativos se asocia al cortejo de machos que no participan de la cría, y la modestia 🙂 e igualdad en el aspecto, a la cría colaborativa. Si es muy erróneo por mi parte, espero las correcciones.
Por mi parte, y para que veas que no estoy cerrada a las suposiciones «biologistas», creo que la exhibición, adorno y demás por parte de las mujeres podría tener que ver con el hecho de que nuestra especie ha perdido las señales externas del estro (y otras cosas por el camino, como la exclusividad del sexo durante éste), y de esta forma, la exhibición sería una forma, en parte cultural y en parte no, de proclamar «disposición» , o sea, el mensaje «prueba a ver, que igual sí», que es al fin y al cabo, el que proclaman los signos externos del estro. Con todos los matices de que las costumbres y las expectativas modifican y retuercen mucho las cosas, porque tampoco se muestran de manera explicita, o siquiera consciente, y los casos individuales o entre soiedades varían mucho.
La cuestión es que podrían ser muchas cosas, pero las pruebas de verdad las darán la localización de los genes correspondientes y lo que hacen en concreto cada uno. Y apuesto a que la cuestión no resultará ser sencilla, y habrá genes (y alelos de genes) haciendo cosas algo contradictorias unos con otros. Los proximos años van a ser muy entretenidos…
Saludos, y gracias por tus contestaciones
Hola Aloe y Pablo,
He disfrutado mucho con vuestro debate. En un tema tan propenso a los tópicos, es de agradecer una discusión basada en ideas y argumentos sólidamente elaborados. Sólo querría comentar que creo que coincidís, y yo con vosotros, en el primer punto del debate: las diferencias estadísticas de comportamiento entre hombres y mujeres tienen componentes genéticos y culturales, en una proporción difícil de evaluar en este momento, pero, en cualquier caso, no justifican ningún tipo de discriminación. En el segundo punto, lógicamente coincidís en que el estatus social es un criterio para el emparejamiento importante tanto para los hombres como para las mujeres, pero, estadísticamente hablando, lo es más para ellas. Yo tengo que decir que estoy de acuerdo con Aloe en que, aunque es posible que la diferencia que hombres y mujeres dan al status tenga un componente genético, los argumentos que presenta Pablo no lo demuestran en absoluto. La explicación por “ambición profesional” de Aloe para el matrimonio de las californianas de 1910 me parece mucho más sólida que la “genética” de Pablo. Posiblemente sea cierto que una lectura completa de las publicaciones que menciona Pablo resultaría más convincente, pero, en principio, me apunto a la exigencia de experimentos del tipo de los que solicita Aloe. Así que si los encuentras, por favor cuéntanoslos, Pablo.
Juan Antonio,
Gracias por tus comentario. Volveré sobre el tema con más datos.
Un saludo
[…] Escasez de mujeres y mercado matrimonial […]
Habria que sustituir los terminos «ricos» o «guapo» por el más abstracto de atractivo, algo que no es lo mismo en Arizona que en Boston